EVOLUCION RELIGIOSA
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   Para educar la fe del hombre es necesario adaptarse a la situación personal en la que se halla en cada momento: sus circunstancias, sus experiencias, los criterios adquiridos, sus datos.
   De manera especial es preciso acomodarse al momento evolutivo en que se encuentra, pues el hombre, niño, joven o adulto, está continuamente en cambio. Cada etapa de su vida refleja el fruto de sus vivencias, de las riquezas adquiridas, de las influencias a que está sometido.
   Sin un sano realismo y sin descubrir lo que es el proceso madurativo del hombre: la evolución de sus sentimientos, de sus criterios, de sus relaciones, los catequistas corren el riesgo de divagar cuando hablan a sus catequizandos.
   Si las creencias, la cultura, la afectividad, los conocimientos, las relaciones no se apoyan en la realidad de las personas, se pierde el tiempo.

 

 

1. Acompañar la fe

   La fe es una gracia de Dios. Pero la fe se da en el hombre. Por lo tanto se acomoda a su situación.  La fe es educable en su vertiente humana. No lo es en su realidad trascendente de don divino.
   El catequista trabaja con entusiasmo para enseñar al catequizando las verdades religiosas. Fomenta sentimientos y actitudes de adhesión a Jesús. Es educador de la fe.
   La perspectiva humana de su labor se orienta a los sentimientos, a los criterios, a las actitudes, a las relaciones y a las experiencias que están debajo del orden espiritual y trascendente. Estimular, ambientar, promocionar, proyectar estos aspectos es ayudar a la fe a madurar. Pero esa ayuda no se hace directamente sobre la misma fe, que es una gracia que viene de Dios, sino sobre los soportesde la fe, que son esos elementos humanos sobre los que el catequista actúa directa­mente.
   Se trata de una acción pedagógica. Quien es educable es "el hombre", al cual podemos hacer creyente. Directamente no es la "fe del hombre", que es un regalo de Dios, gracia sobrenatural y realidad divina.
   Con todo, facilitamos la acción divina cuando enseñamos al hombre, desde los primeros años, la caridad, la humildad, la plegaria, la fidelidad a la concien­cia y tantas cosas más.
   El educador se debe preguntar, en cuanto apoyo y estímulo de la fe, cómo se puede acompañar ese proceso de la maduración espiritual. Y las respuestas pueden ser múltiples, siempre basadas en la certeza de que podemos y debemos actuar de alguna manera. Por ejemplo, podemos decir que ayudamos a crecer en la fe, y a madurar en la vida sobrena­tural, si ense­ñamos a amar a Dios y a practicar las virtudes.

  1.1. Acción del catequista

   El catequista debe desarrollar para ello disposiciones de creyente en sus catequizandos. Puede realizar con ellos labores como las siguientes:
  - Acompañar la evolución espiritual del niño y del joven, orientando sus modos de pensar, de sentir, de querer, de relacionarse con los demás, de tomar conciencia de sí mismo, de proyectar sus acciones de manera responsable, siempre en función de criterios evangélicos.
  - Hacer presente en su vida ayudas, testimonios y experiencias, que muevan en la configuración de la conciencia cristiana. Es decir, se debe tener en cuenta la realidad personal, pero es preciso reflejar en ella los modos de pensar y de actuar de Jesús y las enseñanzas de su Iglesia.
  - Ayudar a orientar su vida hacia valores superiores: Dios, su Revelación, la plegaria, el amor al sacrificio, el cultivo de la propia vida interior.
   Es importante armonizar adecuadamente todos los aspectos indicados. La ayuda educativa se presenta como exigente y paciente, como constante y compleja, como dinámica y responsable.

 


 
  Y se perfila como tal ayuda en dos frentes:
   - Por una parte la fe es un don divino, magnífico y grandioso, además impredecible y gratuito. Sin embargo, es un don al que todos los hombres, y no sólo unos pocos privilegiados, pueden llegar.
   El catequista debe sentir la vocación de la catolicidad. Todos sus catequizandos entran en el plan divino y él debe saberlo y actuar en consecuencia. Hay que dar a todos la posibilidad de llegar a poseer ese don, pues eso quiso Jesús con su entrega y su amor universal. No depende del esfuerzo de los hombres que lo reciben, pero sí tiene que ver mucho con las mediaciones humanas. El catequista es un mediador de la gracia de Dios.
   - Por otra parte, el hombre es libre y es él mismo quien debe protagonizar su propio desarrollo espiritual y religioso. Nadie debe aprovecharse de su ingenuidad o su debilidad para imponerle lo que él no quiere recibir.
   Pero hay que facilitar las mejores condiciones para que el hombre elija y se disponga a querer lo mejor. El catequista se sabe responsable de ese querer del catequizando y hace lo posible para respetar su libertad y mover su voluntad.
   -  Armonizar esos dos aspectos a lo largo de la vida, sobre todo en los años iniciales de la misma, es el principal desafío del catequista que ama y busca la fe, que aprecia y respeta la libertad, que responde a su misión de anunciar la verdad a todos los hombres y que des­cubre lo que hay en el corazón de cada hombre para ayudarle a asumir y amar el don de la fe que le llega como regalo de Dios.

   1.2. La religiosidad progresa

   En consecuencia descubre la religiosidad como la plataforma de la fe. Promueve criterios, sentimientos y actitudes que facilitan el cami­no hacia ella.
   Por eso el catequista tiene que acercarse con cierto interés, afecto, respeto y profundidad a la Psicología religiosa, a fin de descubrir sus enseñanzas, sus sugerencias, sus conclusiones. No es fácil hacerlo con objetividad, pues cada uno transporta sus recuerdos, prejuicios y experiencias. Pero debe intentarlo para contar con un instrumento muy valioso en labor apostólica y educadora.
   No es fácil trazar sin más el itinerario de cada persona, pero de alguna forma vamos a explorar el camino general de la religiosidad, siguiendo estos pasos. Así podremos diferenciar situaciones concre­tas y acomodar estrategias de acción pedagógica. Es precisamente lo que queremos hacer a lo largo de las reflexiones y consignas de estas pági­nas.
  Toda la vida humana es un camino y el educador de la fe, si tiene bien claro lo que la fe significa y reclama, puede y debe hacerse presente en la vida de los creyentes. La primera fuerza educadora de la fe es la propia conciencia, cuando siente la responsabilidad de lo que supo­ne de don, de riqueza y de posibilidad de crecimien­to interior.


 

 

 

   

 

 

 

   2. Momentos evolutivos

   Acompañar al catequizando en su proceso de maduración es el primer deber de los catequistas. Pero esto no se consigue con sólo buena voluntad.
   Necesitan objetividad para entender y atender las leyes que rigen los cambios del hombre, de manera especial las leyes, etapas, formas que afectan a su dimensión espiritual.
   La forma de presentar las etapas de la maduración religiosa y espiritual pueden ser muchas.
   En general todos los autores o alternativas que se han presentado en este aspecto coinciden en siete grandes momentos religiosos, en sentido psicológico más que sobrenatural.

   2.1. El "despertar religioso".

   Se da entre los 2 y los 6 años. El niño descubre el mundo y, a través de los adultos intuye lo que no es el mundo. Lo hace a través de la fantasía, de la sensorialidad, de la imitación, de las figuras. Es el vocabulario que nace y se desarrolla el soporte verbal de la realidad espiritual. Es su religiosidad predominantemente afectiva, fantasiosa, ingenua.
   Entonces se le ayuda a descubrir la primera idea de Dios y a desarrollar los primeros sentimientos de amor y adhesión.

   2.2. La "primera síntesis de fe"

   Se reali­za entre los 6 y los 9 años. Es una religiosidad de fórmulas, de aprendizajes, de organización mental en torno a núcleos básicos de referencia: Dios, Jesús, Evangelio, cielo, rezar, Iglesia, deberes, fiestas, etc.
   El niño puede explicar lo que va entendiendo y completar lo que no entiende preguntando a los mayores. Es "religiosidad incipiente y sensorial". El niño perfecciona su lenguaje y sus primeros conceptos. Su religiosidad es entonces ingenua, afectiva y espontánea. Tiende a imitar intensamente a los adultos y se identifica con ellos en su actuar.

   2.3. Religiosidad participativa

   Es más activa que participativa", la que se da entre los 10 y los 13 años supone que el niño se siente integrado en diversos grupos de pertenencia: escuela, parroquia, compañeros, plegarias, aportaciones, estudios....
   Su vida es la del grupo en el que vive y su referencia son los demás: los adul­tos y los compañeros. De ellos recibe ideas y razones para obrar, problemas que resolver, interrogantes en los que pensar.
   Es una "religiosidad social", pues el "pequeño creyente" otea el horizonte espiritual, como lo hace en otras dimensiones: política, laboral, lúdica, económica, cultural.



  

2.4. Etapa de los valores

    De los 13 a los 17 años nace una "religiosidad axiológica y personal".
   El  prea­dolescente construye su primera autonomía espiritual, desde la moral e intelectual. Trata de afianzarse siendo original y diferente a los demás.
   Se mueve a mitad camino entre las actitudes propias y las ajenas. Se en­frenta a los demás, también los aspectos religiosos (opiniones, cumplimientos, creencias), pero depende de ellos, lo que termina reconociendo.
   Nace la intimidad. Con ella aparecen ráfagas de espiritualidad: plegarias, temores, sospechas, necesidades, desconciertos, "pecados", arrepentimientos.

   2.5. Religiosidad crítica.

   Es la juvenil. A veces es más convivencial, dinámica y comprometedora; y en ocasiones resulta "polémica, dialéctica y reactiva". Acompaña al joven que se independiza y se vincula intensamente a sus respuestas morales y a sus actitudes sociales.
   Se inicia en la adolescencia, en los más precoces, y se consolida en la juventud, en la casi totalidad. La total independencia en todos los demás aspectos de la vida estimula la originalidad, la libertad interior y la responsabilidad, en el terreno espiritual.
   Según haya sido el itinerario interior de los años anteriores, el joven se hace libre y en muchas ocasiones progresivamente comprometido y también proselitista. Y ocasiones se margina de todo lo espiritual, lo olvida y trata de ignorarlo, aunque nunca lo consigue del todo.

   2.6. Religiosidad estable.

   Pasada la etapa critica, sobreviene la etapa de "religiosidad estable". Es la del adulto que se desarrolla en un abanico interminable de opciones, desde la actitud antirreligiosa psicopática hasta la entrega religiosa proselitista, pasando por estadios intermedios de neutralidad espi­ritual, irenismo, escepticismo, agnosticismo, tradicionalismo o moralismo habitual.
   También en la "religiosidad madura", estable y plenamente personal de la adultez, se debe seguir ayudando con frecuentes revisiones y reforzamientos. La educación de la dimensión religiosa nunca concluye del todo.

   2.7. Reviviscencia religiosa

   Al llegar de la tercera edad, surgen nuevas actitudes. El tiempo libre disponible, los recuerdos agradables o desagradables del propio camino, la experiencia de la vida, las convulsiones afectivas, y otros factores de la personalidad, pueden despertar actitudes dormidas.
   Acontece en todos los aspectos de la personalidad. También sucede en el terreno religioso. La nueva etapa de la vida desencadena reflejos espirituales; unas veces surgen como "reviviscencia o regreso a estadios infantiles y juveniles; en ocasiones con inexplicables signos de novedad.

 
 

3. Otras clasificaciones

   El modo de describir la religiosidad en diversos autores varía según su óptica. Una síntesis interesante de J. Milanesi (en Psicología de la Religión. Madrid. Don Bosco. 1974 pg. 102 y ss.) es la siguiente:

   3.1. Taxonomía francesa

   Según A. Godin ("Le Dieu de parents et le Dieu des Enfants". París. Casterman. 1963)
      1º. Hasta los 6 años. Religiosidad antropomórfica, imaginativa y afectiva. Es sensorial y figurativa. Primeros conceptos parciales y dependientes del adulto, sobre todo de la madre.
      2º. De 6 a 12 años. Religiosidad animista e intuitiva. Predominio de la sensorialidad. Configurada por los seres activos y concretos: Dios, Jesús, María, los Santos, entendidos figurativamente. Gran dependencia del entorno de los adultos y del contexto escolar.
      3º. De 12 a 14 años. Etapa preadolescente. Ritualismo mágico. Vinculación a las acciones piadosas que se realizan. Importancia del concepto de Dios. Etapa de la piedad personal y de los planteamientos vitales básicos.
      4º. Adolescencia. Religiosidad moralista. Concepto de Dios como Omnisciente y como Justo y Santo. Vinculación con la propia conducta y primeros planteamien­tos conflictivos.
   5º. Juventud. Religiosidad proselitista y comunicativa, incluso dominadora. Se desarrolla en relación a los demás.

    3.2. Taxonomía germana
    Es la de W. Gruehn (Die Frömmigkeit der Gegenwart". Kostanz. F. Bahn. 1956) que se condensa de la forma siguiente:
      1º. Etapa prerreligiosa, hasta el año y medio. Incapacidad para lo religioso y para lo espiritual.
      2º. Religiosidad materna, 2 a 3 años. Predominio de la curio­sidad por las ac­ciones. Tenden­cia imitativa, sobre todo en lo exterior y ritual.
      3º. Premágica, 3 y 4 años. Momento de la plegaria agra­dable. Imitación de los adultos. Adquisición de lenguaje religioso de forma mimética.
      4º. Animista y mágica, 4 a 7 años. Influencia imaginativa y fantasiosa. Necesi­dad de protección por seres superiores. Dominio de referencias concretas e inmediatas. Absorción del egocentrismo y subjetivismo.
      5º. Moralista y autoritaria, 8 a 13 años. Gran peso de los adultos. Participación en sus criterios y esquemas religiosos. Se descubren valo­res a través del contacto social.
      6º. Adolescente. Momento personal y de ruptura con el entorno. Autonomía en creencias y comportamientos religiosos. Actitudes centradas en las decisiones personales.

     3.3. Taxonomía sajona

     Es la de E. Harms ("The developement of Religious Experience in Children". Am. Journ. of Sociol. 50 (1944) p. 112)
     1º. Estadio prerreligioso, hasta los 3 años. Iniciación en el lenguaje, sin capacidad de abstracción o generalización.
     2º. Estadio fabulatorio. De 3 a 6 años. Predominio de lo fantástico y de lo sensorial. Experiencias parciales y sensoriales. Referencia materna, a esta edad obligada.
     3º. Estadio realista. De los 3 a los 12 años. Proceso espontáneo de acomodación al ambiente y a las enseñanzas. Predominio de los símbolos y de las fórmulas ambientales. Dominio de los comportamientos imitativos y de las actitudes familiares o escolares.
     4º. Estadio individualizado. Etapa adolescente. Expresividad religiosa y conceptos muy diferenciados, según tipologías particulares y las experiencias recibidas y asimiladas. Variedad de reacciones adolescentes: pietistas, convencionales, intimistas, ritualistas, etc.
     5º. Procesos posteriores. Dependientes de los tipos diferentes de la personalidad y de múltiples circunstancias que influyen en cada uno.

 

 

  

 

   

4. Factores determinantes

    No está de más recordar la gran in­fluencia que tiene en la religiosidad el conjunto de factores que pueden incidir en el proceso del desarrollo espiritual. Estos factores pueden ser de dos tipos: internos y externos

    4.1. Factores internos

    * Son los más personales y configuran desde dentro la estructura psíquica en la que se entreteje la personalidad y afectan a la religiosidad profunda y permanentemente.
   Entre otros, se pueden recordar:
      - El carácter y el temperamento, con sus integrantes de emotividad, dinamici­dad, sensibilidad, intereses, introversión, capacidad reactiva...
      - La inteligencia y las facultades mentales, que hacen posible la formación de una ideología religiosa, la cual se va estableciendo mediante la reflexión o a través de la imitación de los adultos. Las escalas de valores que condicionan el pensamiento y el comportamiento son una riqueza que el catequista debe conoce y tratar de mejorar.
      - La sensibilidad moral vinculada a la acción de la conciencia, apreciando su significado en el contexto de toda la personalidad.
      - Las experiencias y vivencias anteriores, almacenadas en el fondo de la per­sonalidad, que dejan su peso a lo largo de la vida, con intensidad o resonancia variable.
      - Otros factores son la diferente energía volitiva de cada persona, sus cualidades sociales, su expresividad, su sensibilidad ética, su docilidad ante el ambiente, sus mismas predisposiciones hereditarias, las aptitudes o intereses profesionales, etc. Todo el entramado de estos factores condiciona el modo de ser espiritual de cada individuo.

   3.2. Factores externos.

   Son los más sociales, los cuales influyen desde el exterior de las personas. Hacen posible el encuentro con los demás en el plano de lo religioso.
   Abren las puertas a las influencias y reclamos del entorno en el que se vive. Podemos citar algunos que influyen en la religiosidad:
     - El tipo de familia en la que se vive, sobre todo por sus planteamientos morales y religiosos y por la acción educadora que, desde la primera infancia, ejerce en cada uno.
     - El estilo de educación, el cual se define en función de la organiza­ción en que se apoya, en las relaciones personales que fomenta, en el talante cultural y moral que promociona.
     - La cultura y los lenguajes ambientales, sobre todo los llamados medios de comunicación social. Basta pensar lo que influyen en la vida instrumentos o lenguajes como televisión, cine, prensa, radio, las imágenes luminosas, las insinuaciones de la propaganda política o económica, los usos y costumbres, las fiestas y conmemoraciones, todo lo que vivimos y respiramos.
     - Cuenta también el contexto de los compañeros y amigos que ofrecen y reciben gestos, lenguajes, planes, trabajos compartidos, diversiones predilectas.
     - Los acontecimientos sociales, políticos, culturales, artísticos, religiosos, fuerzan el mimetismo en las personas frágiles, como son los niños; se puede aludir al nivel económico y a los medios de desarrollo con que se cuenta, los cuales generan invitaciones a determinado tipo de vida.

 

 
 

  

5. Acompañamiento catequístico

   Es decisivo que el Catequista entienda que su tarea primera es animar la fe de forma progresiva y dinámica. A partir de la comprensión de la persona, y de su inquietud profunda ante la vida y ante los demás, se debe plantear un proceso educativo que facilite la maduración espiritual paralela al desarrollo humano.
   El catequista busca ante todo el desa­rrollo de la fe. Y la fe es un don de Dios. Pero la fe precisa apoyarse en los aspectos humanos, y por eso nos interesa  la religiosidad, que es en cierto sentido la dimensión humana de la fe.
   El mensa­je cristiano no es un simple conjunto de verdades y creencias, como no es un manojo de cultos o un código moral de leyes. Es la llamada de Dios a que el hombre responde con sus actitudes y con sus criterios. Por eso interesa descubrir y acompañar el desarrollo de la religiosidad, ya que con ella y a través de ella creamos la plataforma para que se desarrolle la riqueza de la fe.

 

   5.1. Compañía y testimonio

   El acompañamiento religioso del catequizando que avanza y madura no es la tarea del que programa una disciplina académica y expone sistemática unas explicaciones. Más bien la tarea debida discurre por otros caminos más vivenciales.
   El catequista trabaja ante todo como educador de la fe:
   - hace de guía en el descubrimiento del Misterio de Dios;
   - fomenta la adhesión de la persona humana a ese misterio;
   - prepara los caminos humanos para que el compromiso se desarrolle;
   - se presenta como testigo y creyente de lo que trata de anunciar;
   - y se siente como intermediario de Dios ante los catequizandos.

   5.2. Actuación explícita

    Para conseguir todo esto, su labor implica diversas actuaciones:
      - Acercamiento progresivo a la persona, conocimiento de su sensibilidad espiritual, descubrimiento de sus inquietudes y de sus perturbaciones.
    El catequista logra ese acercamiento haciendo de la presencia y de la compañía una ocasión de testimonio evangélico que supera la simple proclamación oral de la vida religiosa.
    - Respeto a la libertad de la propia conciencia y de la personalidad entera. Toda obra de formación de la fe debe partir del hecho de la libertad interior. Ello conduce a la autorresponsabilidad espiritual, de forma que la fe deje de ser una mera promoción humana para convertirse en la adhesión viva y plena al mensaje divino.
    Por eso la catequesis no se reduce a la mera instrucción religiosa, sino que es más compleja y profunda.
     - Habilidad directiva para orientar con acierto y con seguridad en los objetos propuestos. No debe manipular la con­ciencia del catequizando. Busca  simplemente ofrecer el don de la verdad a quien está preparado para recibirla. Así el catequista trabaja con el deseo de progreso interior.
    La fe, en cuanto es realidad viva y dinámica, tiende a crecer constantemente. El catequista debe descubrir esta energía evolutiva y fo­mentarla. Logra así que el catequizando sienta la alegría del crecimiento interior y no llegue al anquilosamiento y al cansancio.

 

 

   

    5.3. Experiencia y mejora

   Tiene que lograr el catequista que sean sus propias experiencias, acumuladas a lo largo de los años, y no sus meras ocurrencias, las que le acerquen a la realidad de los catequizandos.
   Además de la experiencia, el intercambio de opiniones, observaciones o aciertos con los demás catequistas le constituye una buena fuente de formación y de información.
   Siempre el dato vivo que aportan los otros tiene la riqueza de la vida misma y facilita la reflexión realista y vivencial.
   Y en la medida de lo posible, la lectura ponderada y lenta de algún libro de Psicología religiosa le puede proporcionar ideas interesantes que después tratará de llevar a su trabajo. Sobre todo intere­san aquellos estudios, por desgracia poco abundantes y precisos, de lo que implica la religiosidad de cada edad, y en particular de la que corresponde a los catequizandos concretos con los que debe trabajar.
    Piense también el catequista que sólo podrá conocer bien a su catequizando si puede situarle adecuadamente en el momento evolutivo en el que se encuentra. Para ello tiene que conocer lo sufi­ciente acerca del desarrollo humano, a fin de que sepa bien lo que su catequizando ha pasado en los tiempos anteriores y lo que va a atravesar en los venideros.
   Detenerse sólo en los aspectos del presente no es buen procedimiento tra­tándose de estos temas de maduración y de evolución religiosa